Jul 04

Beato Pedro Jorge Frassati

4 de julio Siglo XX

En Turín, ciudad de Italia, beato Pedro Jorge Frassati, joven militante en varias asociaciones de seglares católicos y gran deportista, que se entregó alegremente y con todas sus fuerzas a las obras de caridad en favor de pobres y enfermos, hasta que, atacado por una parálisis fulminante, descansó en el Señor.
Nombre
Pedro (Masculino)
Celebran
Los Pedro suelen celebrar el 29-jun:
San Pedro apóstol
Otros santos
Otros santos con nombre Pedro
Falleció
en Turín, en el actual Italia
Celebración
4 de julio

Vida de Beato Pedro Jorge Frassati

Todo se precipitó con rapidez. Fue cosa de semanas. Estaba ya por hacer su examen profesional para obtener el doctorado en Ingeniería, cuando contrajo una poliomielitis fulminante. Luego de seis días de sufrimientos terribles, falleció el 4 de julio de 1925. Su ciudad natal —Turín— presenció el funeral y miles de paisanos se arrodillaron en las calles ante su cadáver. En menos de un año ya se habían editado cinco ediciones —una de ellas en inglés— de la vida de Pier Giorgio, italiano de 24 años, de cabellos negros y mirada profunda. Sus restos mortales se veneran en la catedral de esa ciudad y ante su tumba oran muchos peregrinos, sobre todo estudiantes jóvenes.

Las historias de santos mal contadas

Escribir vidas de santos es tarea difícil. Pero más, si se trata de niños o jóvenes. Sobre todo en siglos pasados hubo biógrafos que contaron algunas historias, que hoy nos caerían un poco espesas y difíciles de digerir. Eran otras épocas y no debemos juzgarles duramente. Quizá tenían poca información o mal desarrollada imaginación. Posiblemente, con toda su buena voluntad, había en ellos ciertas dosis de ingenuidad o angelismo. El caso es que a veces no fueron buenos reporteros, y tomaron como verídicas ciertas historias o sucesos, que corrían de boca en boca, y el tiempo les dio credibilidad. Por ejemplo, de un gran santo se llegó a decir que, por guardar la castidad, no se atrevía a mirar a su madre. Y de otro, un monje enclaustrado, decían que no vio nunca el techo de su celda, por mortificación. Sin duda, se quería exaltar tanto su santidad, que nos hicieron retratos de hombres santísimos, pero lejanos, como queriendo decir que sólo ésos sí nacieron para ser santos, y que los demás —como somos todos— son cristianos de segunda o tercera división. Han hecho un flaco servicio a la catequesis esos biógrafos de santos que querían a toda costa, encontrar cosas extraordinarias en los siervos de Dios. Y cuentan, de algunos de ellos, que en su infancia, no lloraban, por mortificación no mamaban los viernes... Tú y yo nacimos llorando como Dios manda; y nos asíamos al pecho de nuestra madre sin preocuparnos de Cuaresmas y de Témporas[1].

Por un momento, sólo para comprobar que es absurdo ese modo de hablar de los santos, continuemos imaginando una de esas historias mal contadas. Lo que habría ocurrido cuando ese niño, que hizo hazañas siendo lactante penitente, se hizo mayor. Su biógrafo nos podría decir que el santo niño, cuando estaba en el colegio, se pasaba la hora del recreo en la capilla, admirado y mimado por sus profesoras monjas, que no ocultaban elogios al verle (¡Es un primor!); o que deambulaba solitario por el patio, protegiéndose de los juegos bruscos y balonazos que daban todos, menos él. Y que sus pasatiempos eran jugar a decir misa y ayudar al párroco en cuatro ceremonias seguidas los domingos. Este mal historiador nos habría dejado no la vida de un santo, sino una caricatura o historieta cómica. Y, siendo coherentes con la verdad, podríamos deducir otras cosas muy probables que el biógrafo no tendría más remedio que callar: que el infante era tímido, malo —como él solo— para todos los deportes; que cada inicio de curso era bautizado con un nuevo y sarcástico apodo, además de que los grandulones del salón le propinaban frecuentes golpizas a la salida de la escuela, pero todo lo ofrecía como un constante sacrificio. En resumen, un bondadoso acomplejado, por más que sacara diez en todos los exámenes. Un santito tan buenecito como chocante.

Por contraste, la vida de Pier Giorgio Frassati no fue así, de ningún modo. Hay que contar bien las vidas de los santos. De éste hay que decir que, seguramente, de niño sintió la misma resistencia a obedecer que tienen los niños y la misma flojera para hacer tareas a las seis de la tarde; y que hizo berrinches y diabluras, rompiendo de vez en cuando el cristal de una ventana o riñó con hermanos y vecinos. Y en la escuela —todos hemos sido débiles al menos alguna vez— copió en algún examen, en un caso de extrema urgencia y grave apuro. Al menos basta ver la foto de Pier Giorgio para decir que, por su aspecto, tenía apuesta presencia, el de una persona muy normal. Si hoy viviera, bien podría anunciar en una revista una marca de ropa casual o una loción after shave. Parece joven de la década de los años noventas, pese a haber vivido en los que llamamos anticuados años veintes, cuando los jóvenes vestían camisas de cuello duro y presumían bigotitos engomados.

Ilusión profesional, amor por la cultura y el deporte

El padre de Pier Giorgio era un hombre sin fe, agnóstico, fundador y director del diario liberal "La Stampa", conocido y considerado influyente entre los políticos italianos. Por algunas temporadas fue senador y embajador italiano en Alemania. Su madre, Adelaida, era pintora. Pier Giorgio fue prestigiado alumno del Liceo y del Instituto Social. A los diecisiete años se inscribió en el Politécnico Real de Turín y escogió la especialidad de Ingeniería de Minas dedicando mucho tiempo al estudio. Quería casarse pronto y tener una familia numerosa. Había en él auténtica ilusión profesional. Quería destacar, hacer rendir al máximo las propias capacidades personales, influir en la sociedad.

Era deportista apasionado. Bueno para el fútbol. Pero sobre todo, las excursiones. Le escribía a un amigo, poco antes de morir: Me siento cada día más apasionado por la montaña. Me atrae su fascinación. Deseo siempre más vivamente escalar las cumbres, llegar a las más elevadas cimas... Se conservan fotos suyas, muy sonriente, fornido, vestido con sus botas, piolet y una pipa en lo alto de una cumbre nevada. Organizaba excursiones con sus amigos. Eran ocasiones de grato descanso, de conversa­ción interesante y sobre todo de apostolado y de oración. Se estaba muy bien a su lado porque era jovial y movía fácilmente a los demás para con­tagiarles sus propios ideales. Era bromista. Muchos amigos giraban alrededor de su vida. A algunos de ellos se les conocía —una versión tipo de “Los Poetas Muertos”— como Los tipos de la mala sombra. Escribía a uno de ellos: después del afecto de los padres y hermanos, uno de los afectos más hermosos es el de la amistad; y cada día debería dar gracias a Dios porque me ha dado tan buenos amigos y amigas....

Solía ir al teatro, a la ópera y a los museos. Amaba la música y a veces citaba con soltura trozos de Dante. No iba a la universidad para pasar el rato o sólo para estar con los amigos. Se gastaba los codos estudiando y no a última hora, para salir del paso en los exámenes. Tenía bien ocupada la jornada. Exprimía bien las horas de estudio, que no eran muchas.

En contra de las ideas políticas de su familia, Pier Giorgio llegó a ser miembro activo del Partido Popular, que promovió en esa época las originalísimas ideas sociales de León XIII. Era aguerrido, con facilidad de palabra, hablaba con calor y convencimiento. Se las ingeniaba para visitar los barrios más pobres y frecuentaba los círculos de obreros y estudiantes. Era muy laborioso y diligente. Alguna vez, por defender sus ideas, en un país donde el fascismo iba tomando cuerpo, tuvo que sufrir la violencia de la policía anti-motines, enarbolando una bandera.

En 1921, en el primer Congreso de la Paz Romana, celebrado en Rávena, lanzó la idea de unir la Federación de los Universitarios Católicos con la de los obreros. Cuando se trataba de defen­der la dignidad humana, Pier Giorgio se encontraba siempre en primera fila. Reco­noció desde el principio el verdadero rostro de las ideas políticas dominantes y se opuso a ellas, como lo hizo también ante la violencia y vejaciones de los comunis­tas.

Quizá, para una mirada rápida y superficial, el estilo de Pier Giorgio Frassati, lleno de vida, no es cosa extraordinaria, si lo juzga­mos con nuestra óptica a la vuelta de setenta años. Pero para su época, era un joven profundamente moderno. Estaba abierto a los problemas de la cultura, del deporte, a las cuestiones sociales, a los auténticos valores de la vida y al mismo tiempo era profundamente creyente. No era católico sectario o fanático, por reacción contra las ideas liberales o anticlericales de su familia, o por motivos culturales. Su fe se alimentaba de otra fuente: la sustancia misma del cristianismo: oración constante y sacramentos. Un comportamiento natural y espontáneo, sin estridencias o rarezas de catolicismo oficial exaltado.

Heroica caridad y profundo sentido social

Una de sus virtudes más destacadas era el modo como, en sus circunstancias de estudiante, vivía la caridad. Pero no sólo la de dar unas moneditas a un pobre de la calle, o del que regala el tiempo que le sobra. Dedicaba mucho tiempo a la semana a sostener material y espiritualmente a los más necesitados y enfermos: cui­daba a los huérfanos, enfermos y soldados que volvían de la Primera Guerra Mundial. Recibía a diario la Sagrada Comunión y entendía la necesidad de agradecer ese don invaluable también con sus propias obras: —Jesús me visita cada mañana al comulgar; yo le devuelvo la visita, visitando a los pobres.

Pier Giorgio llegó a decir: no basta la caridad, necesitamos una reforma social. Y se empeñaba en ambas. Ayudaba a los pobres, usando el dinero que tenía para su propio transporte, lo que suponía a veces ir caminando a casa. No se limitaba a dar cosas. Se entregaba él mismo, viviendo esa opción como un privilegio. Algunas veces, por ejemplo, sacrificó sus vacaciones en la confortable casa de verano que tenía su familia en Pollone para continuar algunas labores sociales que había emprendido en la ciudad y así explicaba el cambio de planes: —Si todos se van de Turín, ¿quién se encargará de los pobres? Un día antes de morir, con la mano paralizada, escribió un recado para un amigo recordándole que había quedado pendiente conseguir unas inyecciones para un pobre enfermo, un hombre converso, que él mismo atendía. Cuando Pier Giorgio murió, muchos de esos pobres que atendió por siete años, se sorprendieron de que perteneciera a una familia tan rica.

El peor peligro es la aburrida pasividad

Puede sonar a poco, para un hombre que ya es venerado en los altares, pero todo indica que su principal cualidad era ser auténticamente joven con todas sus consecuencias. Joven no es sinónimo sólo de persona con una edad determinada. Más que de años es cuestión de actitud. Sobre todo es alimentar un deseo creciente, de mejorar, de dar, ser creativo, espontáneo. Es la capacidad de salir de sí y darse a otros para cons­truir, edificar alrededor de uno mismo. Por eso hay jóvenes que son auténticos ancianos y hombres muy entrados en años que estrenan cada día sus vidas con deseos de hacer más cosas.

Pero, claro. No es fácil ser joven así, cuando el ambiente que nos rodea propicia más lo contrario. Nos hablan demasiado e insistentemente de ""tener más" —más cosas que poseer, que disfrutar, que ambicionar—, y muy poco o nada de que lo importante no es tener más, sino "ser más", ser mejor, más culto, más virtuoso, más ilusionado por la propia profesión que se ha elegido. Ser joven es vivir de ideales, es traer motor propio, amar apasionadamente algo que no sea yo mismo.

Tener espíritu joven es lo opuesto a ser pazguato, aplatanado, corto, aburrido, atolondrado..., sin ideales definidos, arrastrado por el ambiente. No es joven al que se le acaba el tema de conversación a los cinco minutos, el que no es capaz de ligar tres ideas en un diálogo de cierta altura. No es joven quien tiene en su temática de intereses y conversaciones sólo temas de este tipo: lo sucedido el fin de semana o el próximo y las niñas que ha conocido; el plan de ir a la disco el sábado y lo que comió y bebió; o la última babosada descubierta mientras navegaba en el internet, al que dedica varias horas, con la mirada perdida en el monitor, maniobrando envidiablemente el mouse. No es joven quien vive más de imágenes de video y sonido de walkman, que de ideas o conceptos. Un joven así, ha envejecido prematuramente y piensa que en esta vida todo lo que no sea su pequeñísimo mundo... ,“es un rolllo”. En el fondo quisiera feliz, pero ya no sabe cómo. No sabe que, para serlo, la solución no es tener una vida cada vez más cómoda, sino estar enamorado seriamente de alguien a quién darse.

Pier Giorgio da testimonio de que la santidad es posible para todos y que sólo la revolución de la caridad puede encender en el corazón de los hombres la esperanza de un futuro mejor[2]. Su ejemplo es ayuda y sacudida interior para quienes, más o menos con esa misma edad, deberían pensar menos en sí mismos, y no “cuidarse tanto”, mientras fabrican un mundo o un estuche para encerrarse en él. Este es el gran problema y carencia de mucha gente joven. Están poco habituados a dar y demasiado hechos para recibir. Y esto es peligroso, porque quien sólo recibe, se infla, engorda, pero no crece de estatura. A todo se apunta. Si se trata del deporte, practicarlo sin medida. Si es un hobby, desvivirse por él. Si es una revista, tenerla siempre a la mano. Si es comida, engullirla a la hora que sea. Si es película, no perderse ninguna. Si es un placer, encontrarlo siempre: venga de donde venga... Sólo recibir-recibir-recibir. ¡Pero él no se arriesga a nada ni se compromete a nada, ni se entrega a nadie! Sólo busca refugios y dis­tracciones a su egoísmo y se muestra pasivo o indiferente ante el mundo en el que vive, pensando que está ocupadísimo. Vive en un mundo irreal, de espaldas a los acontecimientos y problemas de la vida social. Dice que no tiene tiempo para nada, siempre encuentra razones para decir que no, cuando es obvio que malgasta las horas. Pasividad total, un torbellino de apatía.

Tener los ojos abiertos

Cuando cualquier nación enfrenta retos y problemáticas de extrema gravedad económica, social, o cultural, los que pueden y deben ser protagonistas del cambio, no son sólo los adultos. Mucho menos los niños o los ancianos, sino los jóvenes que tienen espíritu joven. Si abrís bien los ojos y miráis a vuestro alrededor veréis mucha tiniebla, mucho dolor y sufrimiento en vuestros hermanos(...): el hambre y la desnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la desintegra­ción familiar, la injusticia social, la corrupción política y económica, sala­rios insuficientes, concentración de la riqueza en manos de unos pocos, inflación y crisis económica, el poder del narcotráfico (...). ¿ante este panorama de dolor, ¿podéis vosotros permanecer indiferentes...? ¡Jóvenes, ayudad a vuestros amigos a salir de la cárcel de la indiferencia y la desesperanza! ¡Cristo os llama a resucitar en otros jóvenes la ilusión por la vida! [3]

Hay que cambiar de mentalidad. Para ganar hay que perder. Para ser feliz hay que dar y darse. Para pasarla muy bien, hay que estar dispuesto a pasarlo mal y, a veces, muy mal. Para estar contento, lo primero que hay que hacer es no estar preocupado por ese tema. Para estar a gusto, hay que saber sufrir con elegancia los disgustos.

Pier Giorgio Frassati mos­tró con hechos que no sólo se debe, sino que se puede ofrecer una con­tribución concreta al mundo en el que se vive, a modo de fermento, intervi­niendo en el mundo de la vida universitaria y gastando tiempo y energías en la solución de los problemas sociales más acuciantes y ha­ciendo intervenir a otros; y todo ello en un ambiente difícil y tantas ve­ces hostil a la fe católica. El Papa Juan Pablo II decía de él que estaba totalmente inmerso en el misterio de Dios y totalmente dedicado al constante servicio del prójimo: así podemos resumir su vida terrena. (...) Pier Giorgio es también el hombre de nuestro siglo, el hombre moderno, el hombre que ha amado mucho. (...) En él el Evangelio se convierte en solidaridad y acogida, se hace búsqueda de la verdad y exigente compromiso en favor de la justicia. El se marchó joven de este mundo, pero dejó una huella en todo el siglo, y no sólo en nuestro siglo[4].

(Fuente: encuentra.com)